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Elia Gasparolo – Memoria Fragmentada

“Alicia: ¿Cuánto tiempo es para siempre?

Sr. Conejo: A veces, solo un segundo”.

 

Lewis Carroll, Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, (1865)

Trazos, trozos, pedazos, partes, fracciones, fragmentos. La vida se construye de una sumatoria de momentos, de episodios que se encadenan y justifican su existencia en la existencia de aquellos que le suceden, en el punto exacto en el cual le dan el pie al tiempo por venir cuando el suyo haya terminado. La vida, nosotros, las cosas, todo pareciera ser un puñado de recortes más o menos bien organizado para habilitar lecturas comprensibles de lo inconmensurable. Sin embargo, la eternidad se manifiesta en cada uno de ellos para siempre, dejando registro de nuestro paso; el arte es la materialización y evidencia de nuestro efímero existir.

Elia Gasparolo hace un tipo de obra que se debate permanentemente entre la vehemente imposición del deseo de permanencia y la inevitable fragilidad de esa realidad utópica. Sus series guardan nombres que hacen pensar en escenarios introspectivos donde el espectador no puede escapar de la reflexión aun cuando se presenta de forma sutil e inconsciente. 
The Right To Memory (El Derecho a la Memoria, 2017), The Lovers (Los Amantes, 2018-19), What makes your heart beat? (¿Qué hace latir tu corazón?, 2019), son algunos de los títulos de sus series los cuales nos invitan a responder interrogantes que nos interpelan. Memoria, amor, latidos, ¿no son acaso todos ellos fragmentos de realidades condensadas en recuerdos puntuales? Nadie recuerda todo, nadie puede hacerlo o perdería la razón. Somos dueños de una memoria selectiva que en la obra de Elia se plasma entre grafismos que se entrelazan como si una costura hilvanara los pensamientos. Las tintas chinas corren por el papel de arroz, otras veces el collage crea universos absolutamente abstractos donde la materia se superpone integrando capas diferenciadas, veladuras densas. Porque no todo es lo mismo, porque es ese derecho a la memoria lo que obliga a organizar, jerarquizar de alguna manera aquel espacio frágil y surcado por arrugas que da soporte a las líneas. Otras veces la artista se vale de maderas de paraíso y de laurel para crear biombos, objetos portadores de una destacada elegancia oriental.

Y la factura oriental también se proyecta en la serie donde esos amantes se pierden en pasiones simbióticas, donde el trazo ya no se distingue tan claramente, donde aparece la monocromía con toda autoridad, solamente habilitando de forma circunstancial, algún eco de las personalidades individuales de esos cuerpos que la artista retrata en el momento exacto donde son uno. Es la pincelada orgánica, la circularidad, lo envolvente de estas escenas danzantes, acuáticas, que se desplazan sobre el papel de arroz entre tintas y acrílicos. Pero también la figuración se hace presente en forma de grafito, en pequeñas piezas donde la síntesis de los recursos plásticos es absoluta, donde el color se somete a la línea y donde la pregunta se hace evidente; así son los corazones que la artista dibuja, aquellos que tienen solamente preguntas para hacerse y hacernos.  

El trabajo de Elia Gasparolo pasa del plano al espacio y viceversa, interesándose en las acciones y la performance tanto como en la fotografía, el dibujo, la pintura, los objetos y el bioarte. En este sentido es interesante la experiencia realizada en 
Destellos de la Naturaleza (2018) junto al artista Joaquín Fargas en el contexto de una residencia en la provincia de Catamarca, Argentina. El diálogo con el entorno, la instalación como elección plástica para hacer confrontar el universo natural con la robótica, afianza los cimientos para trabajos futuros en esa sintonía, poniendo a prueba los límites que separan y relacionan, al hombre con su habitad y la tecnología.

Elia piensa en términos de lo inaprehensible, en la fugacidad del todo. Sus obras buscan poner en evidencia vínculos pero siempre haciendo énfasis en los fragmentos como individualidades que se unen, donde cada unión, cada relación, es eventual. En esta búsqueda, sus últimos trabajos transitan los ciclos vitales: los “biociclos” de la materia orgánica transformada en pieles. Manchas secas, pulpas frutales, cáscaras y desechos se regeneran en pieles vegetales, 
memento mori si los hay. Es que la artista crea textiles biodegradables condenados a no perdurar, trabajos que me gusta pensarlos como esa piel que habitamos y que nos pone en relación con el otro como una gran muralla desde donde se define la exterioridad y la interioridad del ser.  Somos todo eso, aun cuando muchas veces podamos pensar que no somos nada. Somos esa acumulación de memoria fragmentada que sostiene nuestra coherencia, somos multiplicidad de pasiones, reflexiones, experiencias, ideas, amores, angustias, éxitos, frustraciones y tanto más. La obra de Elia Gasparolo nos da su lectura particular sobre un transitar que pareciéramos querer atrapar y se nos escapa permanentemente en su devenir.

Quizás el Sr. Conejo tenga razón y en ese único segundo, se resuma la eternidad. Y cualquier sabio sabría encontrar allí la paz y el sentido de la existencia. Tal vez sea el arte el picaporte por donde se cuela el Sr. Conejo llevándose consigo su perspicacia e inteligencia; tal vez sea cuestión de seguirlo… quién sabe con qué maravillas nos podamos encontrar.

Lic. María Carolina Baulo, Junio 2020

Elia Gasparolo – Memoria Fragmentada

“Alicia: ¿Cuánto tiempo es para siempre?

Sr. Conejo: A veces, solo un segundo”.

Lewis Carroll, Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, (1865)

Trazos, trozos, pedazos, partes, fracciones, fragmentos. La vida se construye de una sumatoria de momentos, de episodios que se encadenan y justifican su existencia en la existencia de aquellos que le suceden, en el punto exacto en el cual le dan el pie al tiempo por venir cuando el suyo haya terminado. La vida, nosotros, las cosas, todo pareciera ser un puñado de recortes más o menos bien organizado para habilitar lecturas comprensibles de lo inconmensurable. Sin embargo, la eternidad se manifiesta en cada uno de ellos para siempre, dejando registro de nuestro paso; el arte es la materialización y evidencia de nuestro efímero existir.

Elia Gasparolo hace un tipo de obra que se debate permanentemente entre la vehemente imposición del deseo de permanencia y la inevitable fragilidad de esa realidad utópica. Sus series guardan nombres que hacen pensar en escenarios introspectivos donde el espectador no puede escapar de la reflexión aun cuando se presenta de forma sutil e inconsciente. 
The Right To Memory (El Derecho a la Memoria, 2017), The Lovers (Los Amantes, 2018-19), What makes your heart beat? (¿Qué hace latir tu corazón?, 2019), son algunos de los títulos de sus series los cuales nos invitan a responder interrogantes que nos interpelan. Memoria, amor, latidos, ¿no son acaso todos ellos fragmentos de realidades condensadas en recuerdos puntuales? Nadie recuerda todo, nadie puede hacerlo o perdería la razón. Somos dueños de una memoria selectiva que en la obra de Elia se plasma entre grafismos que se entrelazan como si una costura hilvanara los pensamientos. Las tintas chinas corren por el papel de arroz, otras veces el collage crea universos absolutamente abstractos donde la materia se superpone integrando capas diferenciadas, veladuras densas. Porque no todo es lo mismo, porque es ese derecho a la memoria lo que obliga a organizar, jerarquizar de alguna manera aquel espacio frágil y surcado por arrugas que da soporte a las líneas. Otras veces la artista se vale de maderas de paraíso y de laurel para crear biombos, objetos portadores de una destacada elegancia oriental.

Y la factura oriental también se proyecta en la serie donde esos amantes se pierden en pasiones simbióticas, donde el trazo ya no se distingue tan claramente, donde aparece la monocromía con toda autoridad, solamente habilitando de forma circunstancial, algún eco de las personalidades individuales de esos cuerpos que la artista retrata en el momento exacto donde son uno. Es la pincelada orgánica, la circularidad, lo envolvente de estas escenas danzantes, acuáticas, que se desplazan sobre el papel de arroz entre tintas y acrílicos. Pero también la figuración se hace presente en forma de grafito, en pequeñas piezas donde la síntesis de los recursos plásticos es absoluta, donde el color se somete a la línea y donde la pregunta se hace evidente; así son los corazones que la artista dibuja, aquellos que tienen solamente preguntas para hacerse y hacernos.  

El trabajo de Elia Gasparolo pasa del plano al espacio y viceversa, interesándose en las acciones y la performance tanto como en la fotografía, el dibujo, la pintura, los objetos y el bioarte. En este sentido es interesante la experiencia realizada en 
Destellos de la Naturaleza (2018) junto al artista Joaquín Fargas en el contexto de una residencia en la provincia de Catamarca, Argentina. El diálogo con el entorno, la instalación como elección plástica para hacer confrontar el universo natural con la robótica, afianza los cimientos para trabajos futuros en esa sintonía, poniendo a prueba los límites que separan y relacionan, al hombre con su habitad y la tecnología.

Elia piensa en términos de lo inaprehensible, en la fugacidad del todo. Sus obras buscan poner en evidencia vínculos pero siempre haciendo énfasis en los fragmentos como individualidades que se unen, donde cada unión, cada relación, es eventual. En esta búsqueda, sus últimos trabajos transitan los ciclos vitales: los “biociclos” de la materia orgánica transformada en pieles. Manchas secas, pulpas frutales, cáscaras y desechos se regeneran en pieles vegetales, 
memento mori si los hay. Es que la artista crea textiles biodegradables condenados a no perdurar, trabajos que me gusta pensarlos como esa piel que habitamos y que nos pone en relación con el otro como una gran muralla desde donde se define la exterioridad y la interioridad del ser.  Somos todo eso, aun cuando muchas veces podamos pensar que no somos nada. Somos esa acumulación de memoria fragmentada que sostiene nuestra coherencia, somos multiplicidad de pasiones, reflexiones, experiencias, ideas, amores, angustias, éxitos, frustraciones y tanto más. La obra de Elia Gasparolo nos da su lectura particular sobre un transitar que pareciéramos querer atrapar y se nos escapa permanentemente en su devenir.

Quizás el Sr. Conejo tenga razón y en ese único segundo, se resuma la eternidad. Y cualquier sabio sabría encontrar allí la paz y el sentido de la existencia. Tal vez sea el arte el picaporte por donde se cuela el Sr. Conejo llevándose consigo su perspicacia e inteligencia; tal vez sea cuestión de seguirlo… quién sabe con qué maravillas nos podamos encontrar.

Lic. María Carolina Baulo, Junio 2020

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